sábado, 2 de febrero de 2013

La Garantía Participativa, Una Alternativa Al Certificado Ecológico


Una vez demostrada la unilateralidad de los certificados ecológicos es hora de tener en cuenta otro sistema que da pábulo a todos los implicados, el Sistema de Garantía Participativa.

En el ámbito de garantizar las cualidades de un producto con miras a que sea vendido como tal hay tres protagonistas. El productor, el consumidor y el estado (legislación). Los certificados ecológicos actuales obvian a los dos primeros y sólo se aseguran de cumplir con lo que exige la legislación. Un certificado hoy en día se ha convertido en una marca comercial más, por la que los productores pagan una especie de arancel, una tarifa que en teoría revierte en un valor añadido del producto. Desde la perspectiva de la línea de comercialización el certificado es un intermediario más, otro protagonista que pica del productor reduciendo aún más su margen de beneficio sin realmente aportarle ese valor añadido a su producto.



El sistema actual, definido como de tercera parte, tiene como premisa que la gestión de la confianza en el producto es independiente. Eso implica que es una empresa privada la que lo hace y al ser una empresa, tiene un cometido empresarial. Lo que lleva a una gestión que requiere de unos beneficios para sobrevivir y el final del camino es irremediablemente que se convierte en una marca comercial más en el mercado. En este contexto, el productor y el consumidor se sitúan en el último escalafón de la jerarquía de poder vertical establecido. Es decir, que son los que menos voz tienen en todo el proceso de la gestión, siendo a priori los protagonistas que deberían ser más influyentes.

Los SGP revierten la situación. La confianza se gestiona a través de grupos, tanto de productores como de consumidores, mejorando la dimensión ecológica productiva y también la socio económica impulsando los canales cortos de comercialización y las redes de apoyo mutuo. Por si fuera poco, también actúa en el marco político cultural fomentando las características endógenas de los grupos y construyendo una articulación social que garantiza la sostenibilidad del sistema a través de unos procesos que son estables por sí mismos.



No es nada nuevo en realidad, es volver al origen que dio lugar al actual sistema, es retomar la idea primigenia y enderezarla justo donde empezó a torcerse. Ya está en funcionamiento en algunos países como India, Brasil o Estados Unidos como recoje un estupendo estudio de IFOAM (Federación Internacional de Movimientos de la Agricultura Orgánica)

SIN TANTA PALABRERÍA

Los SGP son diversos núcleos de productores y consumidores locales que se unen en torno a unos elementos básicos para proteger a aquellos que siguen las premisas de la agricultura ecológica, orgánica o biodinámica. Los consumidores son los que imponen sus condiciones en diálogo con los productores generando una confianza estable en el producto que consumen.

Una vez tenidas en cuenta estas condiciones el sistema funciona como un Gran Hermano. Los productores interactúan, funcionan como una red de apoyo mutuo, y generan esa confianza a través de una transparencia total visitándose unos a otros y trabajando en común, contando hasta con viveros y semilleros comunes así como proveedores de semillas, estiércol, etc.

Esta peculiaridad le hace diametralmente opuesto al sistema actual de certificación ecológica, donde no hay transparencia, la información que maneja la certificadora de cada explotación agrícola es confidencial, no accesible ni siquiera para los consumidores… lo que debe generar desconfianza.

HACIA LA SOSTENIBILIDAD

Mientras los sistemas actuales están abocados al fracaso por no favorecer las premisas fundamentales de la agricultura ecológica y estar creando un mercado agroecológico donde se dan los mismos problemas que en el agrario común, los sistemas participativos se orientan hacia la sostenibilidad, pues la confianza se basa en los consumidores y los mismos productores, sin intervencionismos de terceras partes que acaban lucrándose del trabajo de los productores y encarecen el producto hasta el punto de correr el riesgo de hacer matemáticamente insostenibles las pequeñas explotaciones familiares de agricultura ecológica.

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